El secreto de la Asistenta de Freida McFadden

Reseña sin spoilers

Lo que empezó como “venga, leo un par de capítulos para ver si repite la fórmula” acabó siendo un maratón nocturno. Y sí, Freida McFadden repite receta: capítulos cortos, narración en primera persona, secreto que explota a mitad… Pero lo que consigue es que vuelvas a sentirte como una cotilla pegada a la cerradura, sabiendo que no deberías estar ahí pero incapaz de apartarte.

Millie vuelve, y no lo hace en plan relajado. Está intentando rehacer su vida, pero la estabilidad no es precisamente su punto fuerte. De repente aparece el señor Garrick con una oferta de trabajo tentadora: mantener su lujoso ático con la condición de no molestar a su esposa Wendy, que está enferma y recluida en una habitación. Claro, Millie acepta… hasta que lo cotidiano empieza a oler raro. Sangre en un baño, silencios demasiado tensos, y una mujer encerrada con la mirada perdida.

¿Suena familiar? Sí. ¿Engancha igual que la primera? También. McFadden juega otra vez con la tensión doméstica, con personajes que dicen una cosa y hacen otra, y con ese ritmo que no te deja respirar. Los giros llegan en el momento justo: algunos te los hueles, otros te pillan de lleno. Y aunque si te pones a analizar salen agujeros, la verdad es que no me importó. Estaba demasiado entretenida con la sensación de que cada página era una bomba a punto de estallar.

“El secreto de la asistenta es lo más parecido a un ‘thriller palomitero’: cuanto menos lo pienses, más lo disfrutas.”

¿Es mejor que la primera? Para mí, es más de lo mismo… pero en el buen sentido. Esa tensión de pasillo, ese dilema de ¿me meto o no me meto?, ese morbo de ver cómo Millie se complica sola. Es un libro para devorar y luego comentar con cara de “madre mía, ¿en serio?”.

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